El olfato es uno de los sentidos más sutiles y a la vez más poderosos de los seres vivos, al estar ligado con su preservación. Conociendo más de este ancestral mecanismo natural puede impactar en su entorno y usarlo a su favor.
En la nariz de una persona, los aromas son detectados por un área de tejido amarillento llamado epitelio, encontrado en la parte superior de las cavidades nasales, casi al nivel de los ojos. Las terminales nerviosas del mismo luego se conectan con el bulbo olfatorio que interpreta las señales recibidas, para luego comunicarlas al cerebro.
Los distintos aromas son mensajes que se registran con los receptores olfativos, que son capaces de detectar distintos tipos de aromas, para que el cerebro decida si es conveniente acercarse o alejarse de aquello que los origina. Dichos receptores se encuentran en la mucosa olfatoria, con una tendencia a agruparse según el gusto o disgusto que provoque al individuo; en un extremo del epitelio estando los receptores de aromas placenteros y del otro los receptores para olores desagradables.
El mecanismo general es al aspirar y capturar moléculas de lo que olemos. Dichas moléculas interactúan con los receptores, donde se disparan impulsos nerviosos que viajan a los bulbos olfatorios. A partir de ahí se comunican los impulsos a dos partes del cerebro: a la corteza olfativa, ubicada al frente del cerebro, que es responsable de identificar el aroma; la otra parte se va al sistema límbico en la parte central del cerebro, que es una región asociada con las emociones, comportamiento y almacenamiento de memoria.
Se han registrado alrededor de 400 diferentes tipos de receptores en el olfato humano; gracias a estos podemos detectar distintos tipos de amargura, dulzura, entre otros matices.
Aunque las reacciones aplican a la mayoría de los seres humanos, existen algunas variaciones en interpretación según la fisiología de cada individuo. Por ello también podemos entender el por qué algunas personas rechazan algún aroma que a otros sí agrada.
A diferencia de otros sentidos, la relación del olfato con el cerebro es más directa ya que no pasa a través de las neuronas o conducciones nerviosas de la columna vertebral; tiene su canal dedicado, por lo que su procesamiento es inmediato y directo. Este proceso nos da la capacidad de proveer respuestas instantáneas a varias situaciones, sin requerir un pensamiento racional… ese llamado instinto animal que ha mantenido a la especie con vida.
EL OLFATO EVOCA MÁS RECUERDOS QUE LA VISTA
Una de las partes más antiguas del cerebro es el bulbo olfatorio, que forma parte de la estructuras del sistema límbico. Dicho sistema recibe datos sensoriales en la región central del cerebro, para traducirlo en motivadores de comportamiento; dependiendo el estímulo, se reconoce el tipo de evento que está ocurriendo y se mandan las señales que inciten a comportamientos que preserven o mejoren el prospecto de vida.
Hace aproximadamente unos diez años, en la Universidad Brown se realizaron estudios para encontrar la correlación entre la intensidad de una memoria provocada por un aroma y la activación de la amígdala. Los resultados arrojaron que los aromas que evocan memorias fuertes también disparan una mayor actividad cerebral en áreas fuertemente relacionadas con las emociones y la memoria.
En el 2014, estudios hechos por Arshamian y sus colegas mostraron evidencia que las memorias disparadas por un aroma mostraban mayor actividad en el sistema límbico, a comparación con aquellas provocadas por un estímulo visual (como ejemplo: una botella con un texto identificador). También encontraron que las memorias evocadas por aromas estaban ligadas a mayor actividad cerebral en áreas asociadas con visualización mental vívida. Podemos hacer varias afirmaciones, entre ellas que el olfato se está más asociado con las reacciones primarias encontradas en el mundo animal, pero podemos canalizar esta facultad para de manera deliberada podamos provocar pensamientos y traer a la mente recuerdos que sean favorables al objetivo que se busque. Un aroma que nos recuerde el hogar y nos incite a permanecer en un sitio, otro que evoque elegancia y sobriedad para provocar solemnidad y reverencia… la clave estará en el encontrar la combinación justa para cada situación. Como se comenta al inicio, el olfato tiene un lugar preferencial al comunicarse con el cerebro. El bulbo olfatorio se conecta con el hipocampo y la amígdala cerebral, que están íntimamente relacionados con las emociones y la memoria; los sentidos del tacto, vista y oído no tienen esa conexión, por lo que hacen que el olfato tenga mayor probabilidad de éxito para disparar emociones y recuerdos.
Fuente: HECHOS Y CIENCIAS DETRÁS DE LOS AROMAS: fridmans.com